martes, 3 de febrero de 2009

Oda a la soledad

Oh Soledad, hermosa
palabra, hierbas
silvestres
brotan entre tus sílabas.
Pero eres sólo pálida
palabra, oro
falso,
moneda traidora.
Yo describí la soledad con letras
de la literatura,
le puse corbata
sacada de los libros,
la camisa
del sueño,
pero
sólo la conocí cuando fui solo.
Bestia no vi ninguna
como aquélla:
a la araña peluda
se parece
y a la mosca
de los estercoleros,
pero en sus patas de camello tiene
ventosas de serpiente submarina,
tiene una pestilencia de bodega
en donde se pudrieron por los siglos
pardos, cueros de focas y ratones.
Soledad, yo no quiero
que sigas
mintiendo por la boca de los libros.
Llega el joven poeta tenebroso
y para seducir
así a la soñolienta señorita
se busca mármol negro y te levanta
una pequeña estatua
que olvidará
en la mañana de su matrimonio.
Pero
a media luz de la primera vida
de niños la encontramos
y la creemos una diosa negra
traída de las islas,
jugamos con su torso y le ofrendamos
la reverencia pura de la infancia.
No es verdad
la soledad creadora.
No está sola
la semilla en la tierra.
Multitudes de gérmenes mantienen
el profundo concierto de las vidas
y el agua es sólo madre transparente
de un invisible coro sumergido.
Soledad de la tierra
es el desierto. Y estéril
es como él
la soledad
del hombre. Las mismas
horas, noches y días,
toda la tierra envuelven
con su manto
pero no dejan nada en el desierto.
La soledad no recibe semillas.
No es sólo su belleza
el barco en el océano:
su vuelo de paloma sobre el agua
es el producto
de una maravillosa compañía
de fuego y fogoneros,
de estrella y navegantes,
de brazos y banderas congregados,
de comunes amores y destinos.
La música
buscó para expresarse
la firmeza coral del oratorio
y escrita fue
no sólo por un hombre
sino por una línea
de ascendientes sonoros.
Y esta palabra
que aquí dejo en la rama suspendida,

esta canción que busca
ninguna soledad sino tu boca
para que la repitas
la escribe el aire junto a mí, las vidas
que antes que yo vivieron,
y tú que lees mi oda
contra tu soledad la has dirigido
y así tus propias manos la escribieron,
sin conocerme, con las manos mías.




Pablo Neruda, Odas elementales.

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